19 de julio de 2014

Sus besos son pedacitos de sonrisa para llevar

Quiero aprenderlo todo por tus labios. Saberlo todo sin saberlo. Andar los caminos de tu mano. Recorrerte sin luz, como un ciego. Estas aquí cuando te pienso, cuando en mis labios arden tus besos, cuando escribo para ti. Estas ahora, estas siempre, aquí perteneces. Mi hombre. Muéstrate tal y como eres: desprevenido, entregado, dolido, con hambre, furia, frio, trasnochado, fuera de foco, sudado, con vida.
Estas como para comerte a besos, no importa si lo lees ahorita, a media noche o mañana al despertar. Te imagino entre mis dedos y quiero aferrarme a tu centro de gravedad para no dejarte escapar de mí.

Discúlpame si te muerdo al besarte, es la única forma que tengo de saber si eres real.

15 de agosto de 2013

El Príncipe Azul es una metáfora.

Últimamente he leído muchos artículos respecto al tema de las mujeres y el príncipe azul. La mayoría echándole la culpa a Disney, por “meternos en la cabeza” la idea del príncipe azul. El hombre perfecto que viene a matar al dragón y a rescatarnos de la torre. Por supuesto que me pareció pura habladera de paja.
El príncipe azul no tiene necesariamente que medir dos metros, ser atleta, espadachín, y trilingüe. Y definitivamente no tiene que salvarnos de nada, pues la mujer de hoy en día puede tranquilamente matar a su dragón y bajarse de la torre solita. Se llama evolución, desarrollo, la mujer del siglo XXI no es la misma mujer bajo los conceptos que fueron creadas Cenicienta o Aurora. Y creo que precisamente de allí nacen esos comentarios inseguros de esos hombres que creen que tenemos el concepto erróneo de “hombre” gracias a Disney.
Empecemos por el hecho de que el príncipe azul, es una metáfora; ¿los hombres creen que uno de verdad espera a un hombre perfecto con medias pantis a caballo blanco con una pluma en el sombrero? NO! El príncipe azul, representa al hombre que pueda enamorarnos y mantenernos enamoradas. Así de simple. Y eso, amigos míos, viene en cualquier talla, color y tamaño. Así que compadres, déjense de complejos, porque si todas somos princesas (como Disney nos ha enseñado), entonces todos ustedes pueden ser príncipes azules.

13 de agosto de 2013

Anti-etiquetas.

Hubo un tiempo en que los escritores eran otra cosa. Heródo viajó miles de kilómetros y conoció múltiples culturas antes de componer sus Historias. Miguel de Cervantes vio mundo como soldado, y sólo concibió el Quijote cuando lo metieron preso y no tuvo más remedio que quedarse quieto. Joseph Conrad se involucró en tráfico de armas y conspiraciones políticas antes de sentarse a escribir Lord Jim. Quiero decir: hubo un tiempo en que los escritores asumían que precisamente porque la vida era interesante, intensa e impredecible, valía la pena escribir sobre ella. Así fuese solo para reinventarla con la imaginación.
Con el correr de los siglos los libros se volvieron objetos de prestigio. Entonces aparecieron hombres que codiciaban la fama de los escritores, pero no estaban dispuestos a cumplir con la condición de la aventura previa. Por desgracia, la difusión de esta idea, de lo que supone ser un escritor terminó derramándose sobre los lectores. Desde entonces existe el prejuicio de que aquel a quien le gusta leer se parece a ese tipo de gente, una criatura temerosa que prefiere encerrarse en su biblioteca a vivir. Y esto no es cierto. (No necesariamente quiero decir). Porque todavía existen infinidad de personas que no oponen la lectura a la vida, y por ende leen con las mismas ganas de descubrirlo todo y de probarlo todo que impulsaron a Heródoto, a Cervantes, a Conrad, por nombrar solo a algunos.

Así comienza un prólogo escrito por Marcelo Figueras. Sí, yo formo parte de ese 1 % de la población que se lee los prólogos, índices, introducciones y manuales de uso.

23 de marzo de 2013

El viejo truco de cerrar los ojos y seguirnos viendo.

Nunca tuve idea de nada, pero siempre la certeza de nombrarte.
Hay veces, muchas, en que no puedo dejar de besarte, de abrazarte y estar a tu lado me resulta indispensable. Eres tan mío como yo de ti.
Te guardo en mi boca, en las palabras que digo y te contienen, en las que no digo y habitas, en todas las formas de tu nombre.
Que te aprieten fuerte mis manos, que aprendan todas tus formas. Decir tu nombre sin que se me acabe la voz. Durante tanto tiempo estuvimos buscando el lugar correcto para darnos cuenta al final, y sin embargo a tiempo, que éramos nosotros.
Uno en el otro sin fronteras de por medio, sin distancias ni silencios, sin murallas ni abismos. Amarte sin preguntas, sin celos ni reclamos. Sin cuestionarte ni dudar de ti, porque así como eres te conocí y así me enamoré de ti.

25 de enero de 2013

Su nombre contenido en toda palabra, y yo contenida en él.

No sabría explicar lo bien que me siento, pero cuando lo escucho hablarme el mundo parece más real e incluso más tranquilo. También me gusta hablarle y siento un impulso agudo y constante de no dejar de hacerlo. Es como si al escucharnos nos llenáramos de sentido.
Hablo de él como una línea continua e infinita, perfecta. ¿Qué sería de nosotros sin nosotros?
Le beso los hombros como queriendo besarle el alma. Me gusta verlo porque me provoca la misma sensación que me da ver el mar. Así de incontenible, así de insuperable. A veces nos quedamos inmóviles y yo puedo escuchar como late su corazón, y sentir el ritmo de su respiración. Tener la certeza de saber que después de un día pleno y maravilloso a su lado, viene otro igual y así indefinidamente. Querernos porque podemos, porque creemos, porque sabemos, porque confiamos, porque somos. Querernos por que existimos.

20 de septiembre de 2011

In love

Tengo unas ganas horribles de estar contigo. Pero estar contigo como sea, como te provoque. A veces quiero llamarte a media noche para decirte que te amo, que no tienes idea del efecto que causas en mí. Dejar que descubras todos mis pensamientos, y ver como se maravillan tus ojos al hacerlo. Sentir tus dedos fríos en mi espalda, dibujando figuras, apenas consientes de lo que sucede a nuestro alrededor. Quiero que me leas poesía bien cargada, y aprendamos a combinar palabras con emociones, acciones, placeres.
Hablar contigo, una tarde de un miércoles cualquiera, recostada en tu pecho mientras hueles el perfume de mi cabello. Escuchando unas pistas de massive attack, por que se lo mucho que te gustan. Ver un par de películas, y morir de la risa con las cosas más insignificantes. Disfrutar de la lluvia, días tranquilos, solo nosotros.
Jugar guitar hero, y que te burles de la poca coordinación que poseo de mis manos, tomarte fotos mientras estas distraído, acariciar tu barba. Derretirme con esos besos espontáneos que depositas en mi cuello. La ternura de tu mirada mientras me observas, sereno, paciente. No existe persona alguna que pueda reemplazarte, y ese sentimiento me llena de calidez, seguridad. Estar entre tus brazos, es estar en casa.

24 de agosto de 2011

Memo (Mayo 2008 - Agosto 2011)

Desacostumbrarse es lo más difícil que existe en éste mundo.
Hace tres años y tres meses, traje a un pequeño animalito a ésta casa. Un conejo, pequeñito, peludo y blanco como las nubes. Memo, lo llamé.
Apenas lo vi, me enamore de sus grandes ojos rojos llenos de curiosidad; sin embargo en mi casa no lo querían, ni un poquito. No podíamos abandonarlo, estaba muy pequeño, y mi papá acepto a conservarlo hasta que encontrásemos alguna persona a quien dárselo. Memo dormía en una cesta de ropa, con una de mis viejas camisas como sábana. Olfateaba todo lo que tuviese en frente, y era la cosa más dulce cuando estornudaba al llenar su naricita de polvo. Al pasar los días Memo creció y ya no encontraba lugar para descansar en la pequeña cesta de ropa. Tuvimos que comprarle una jaula, y allí comenzó todo.
Mi mamá empezó a comprarle variedad de vegetales, alfalfa sobre todo, le encantaba. Incluso descubrimos que existía la conejarina. Compramos envases para el agua y para la comida que hicieran juego, almohaditas y juguetes. Mi papá le ponía música y le cantaba. Allí supe que Memo se quedaría con nosotros.

Tuvimos que mantenerlo en el patio, estaba gigante y mordía todo. Afuera tenía más espacio para vivir. Hizo un agujero en una jardinera debajo de un helecho, era su sitio preferido para dormir en las tardes. Desde pequeño tuvo la costumbre de lamerme, sí lamerme. Y me hacía muy feliz cuando venía a mi para acariciarlo, era el consentido de la casa. Pase muchas tardes leyéndole, y hablándole… por supuesto él mordió todos mis libros, y ahora los atesoro porque tienen su pequeña marquita en alguna esquina. En su primera navidad le regalamos una camisa de los leones del caracas; se veía adorable, naturalmente la destrozó casi inmediatamente. Con el tiempo se puso tremendísimo. Cuando salía en las mañanas a llevarle el desayuno, daba vueltas a mi alrededor como loco y jalaba del ruedo de mis pantalones para que lo consintiera. De noche lo guardábamos en su jaula, y lo acurrucábamos para dormir. Día tras día… a las 6:00am lo sacábamos de la jaula, corría por todos lados sediento de espacio para estirarse, le llevaba el desayuno y luego de comer se escondía debajo de su helecho. Lo acompañaba mientras almorzaba sus hojas de lechuga, le cantaba canciones aleatorias para que se quedara quieto un rato. Cuando escuchaba sonidos en la cocina, paraba las orejas y asomaba su trompa por la puerta; el sabía que estábamos allí, los animales son muy inteligentes. A las 7:30pm lo guardábamos en la jaula. Si alguna vez nos demorábamos unos minutos el hacia sonidos con el recipiente de la comida, lo arrastraba por todos lados, hasta que saliéramos a guardarlo. Le encantaba hacerme correr por todos lados para atraparlo, en serio... se reía en secreto. Estábamos ciegamente acostumbrados a Memo, a sus horarios, a sus necesidades, a su confianza.
En mayo del 2011, Memo cumplió tres años. Ya era un señor. 
Meses después enfermo. No nos dimos cuenta enseguida, el estaba un poco marchito, apagado. Dejo de correr, dejo de morderme las trenzas. Lo llevamos al veterinario, al parecer no tenía nada… le medicaron un antibiótico con la certeza de que se mejoraría, el doctor dijo que sentía cólicos, muy fuertes, pero que no era grave. Un día llegue de la universidad y Memo había empeorado. Cuando lo vi me ahogue en lágrimas, el pobre se retorcía del dolor. Me senté a su lado y lo acaricié por horas, le hable en voz baja y le dije que tenía que ser fuerte. La verdad es que estaba asustada, jamás lo había visto así. Sus ojitos rojos estaban llenos de lágrimas. Se sentía muy mal y no había nada que pudiésemos hacer. Temí lo peor. Le dimos más antibióticos con la esperanza de que se calmara un poco, pero siguió igual. Me quede hasta tarde en la noche con él, cantándole, calmándolo, hasta que logro dormirse. Me fui a mi cama, aterrada. En la mañana mi mascota se había ido, mi amigo, mi conejo, ya no estaba. Y me sentí horrible, no estuve con el. Lo deje allí solo para morirse, me debí haber quedado para acompañarlo. ¿Cuál habrá sido su último pensamiento? Ahora no está, y no me pude despedir apropiadamente. No pensamos que terminaría así y me siento terrible.

Tuvimos que deshacernos de sus cosas, de sus juguetes. La parte más difícil es desacostumbrarse de su rutina. La tristeza que me da al pensar que no podré jamás acariciar su blanco pelo, y que jamás correrá a mi cuando salga al patio. Las mascotas son una parte muy importante en nuestras vidas, y al morir, Memo se llevo un pedacito de la mía.

Extraño su naricita jurungando mis bolsillos buscando comida, extraño sus blancas orejitas que dejaba caer cuando se sentía cómodo, extraño su lengua lamiéndome y extraño correr detrás de el para atraparlo. Suena tonto llorar por un animalito pero Memo significaba mucho para mí.