15 de agosto de 2013

El Príncipe Azul es una metáfora.

Últimamente he leído muchos artículos respecto al tema de las mujeres y el príncipe azul. La mayoría echándole la culpa a Disney, por “meternos en la cabeza” la idea del príncipe azul. El hombre perfecto que viene a matar al dragón y a rescatarnos de la torre. Por supuesto que me pareció pura habladera de paja.
El príncipe azul no tiene necesariamente que medir dos metros, ser atleta, espadachín, y trilingüe. Y definitivamente no tiene que salvarnos de nada, pues la mujer de hoy en día puede tranquilamente matar a su dragón y bajarse de la torre solita. Se llama evolución, desarrollo, la mujer del siglo XXI no es la misma mujer bajo los conceptos que fueron creadas Cenicienta o Aurora. Y creo que precisamente de allí nacen esos comentarios inseguros de esos hombres que creen que tenemos el concepto erróneo de “hombre” gracias a Disney.
Empecemos por el hecho de que el príncipe azul, es una metáfora; ¿los hombres creen que uno de verdad espera a un hombre perfecto con medias pantis a caballo blanco con una pluma en el sombrero? NO! El príncipe azul, representa al hombre que pueda enamorarnos y mantenernos enamoradas. Así de simple. Y eso, amigos míos, viene en cualquier talla, color y tamaño. Así que compadres, déjense de complejos, porque si todas somos princesas (como Disney nos ha enseñado), entonces todos ustedes pueden ser príncipes azules.

13 de agosto de 2013

Anti-etiquetas.

Hubo un tiempo en que los escritores eran otra cosa. Heródo viajó miles de kilómetros y conoció múltiples culturas antes de componer sus Historias. Miguel de Cervantes vio mundo como soldado, y sólo concibió el Quijote cuando lo metieron preso y no tuvo más remedio que quedarse quieto. Joseph Conrad se involucró en tráfico de armas y conspiraciones políticas antes de sentarse a escribir Lord Jim. Quiero decir: hubo un tiempo en que los escritores asumían que precisamente porque la vida era interesante, intensa e impredecible, valía la pena escribir sobre ella. Así fuese solo para reinventarla con la imaginación.
Con el correr de los siglos los libros se volvieron objetos de prestigio. Entonces aparecieron hombres que codiciaban la fama de los escritores, pero no estaban dispuestos a cumplir con la condición de la aventura previa. Por desgracia, la difusión de esta idea, de lo que supone ser un escritor terminó derramándose sobre los lectores. Desde entonces existe el prejuicio de que aquel a quien le gusta leer se parece a ese tipo de gente, una criatura temerosa que prefiere encerrarse en su biblioteca a vivir. Y esto no es cierto. (No necesariamente quiero decir). Porque todavía existen infinidad de personas que no oponen la lectura a la vida, y por ende leen con las mismas ganas de descubrirlo todo y de probarlo todo que impulsaron a Heródoto, a Cervantes, a Conrad, por nombrar solo a algunos.

Así comienza un prólogo escrito por Marcelo Figueras. Sí, yo formo parte de ese 1 % de la población que se lee los prólogos, índices, introducciones y manuales de uso.

23 de marzo de 2013

El viejo truco de cerrar los ojos y seguirnos viendo.

Nunca tuve idea de nada, pero siempre la certeza de nombrarte.
Hay veces, muchas, en que no puedo dejar de besarte, de abrazarte y estar a tu lado me resulta indispensable. Eres tan mío como yo de ti.
Te guardo en mi boca, en las palabras que digo y te contienen, en las que no digo y habitas, en todas las formas de tu nombre.
Que te aprieten fuerte mis manos, que aprendan todas tus formas. Decir tu nombre sin que se me acabe la voz. Durante tanto tiempo estuvimos buscando el lugar correcto para darnos cuenta al final, y sin embargo a tiempo, que éramos nosotros.
Uno en el otro sin fronteras de por medio, sin distancias ni silencios, sin murallas ni abismos. Amarte sin preguntas, sin celos ni reclamos. Sin cuestionarte ni dudar de ti, porque así como eres te conocí y así me enamoré de ti.

25 de enero de 2013

Su nombre contenido en toda palabra, y yo contenida en él.

No sabría explicar lo bien que me siento, pero cuando lo escucho hablarme el mundo parece más real e incluso más tranquilo. También me gusta hablarle y siento un impulso agudo y constante de no dejar de hacerlo. Es como si al escucharnos nos llenáramos de sentido.
Hablo de él como una línea continua e infinita, perfecta. ¿Qué sería de nosotros sin nosotros?
Le beso los hombros como queriendo besarle el alma. Me gusta verlo porque me provoca la misma sensación que me da ver el mar. Así de incontenible, así de insuperable. A veces nos quedamos inmóviles y yo puedo escuchar como late su corazón, y sentir el ritmo de su respiración. Tener la certeza de saber que después de un día pleno y maravilloso a su lado, viene otro igual y así indefinidamente. Querernos porque podemos, porque creemos, porque sabemos, porque confiamos, porque somos. Querernos por que existimos.